Me he enterado con desolación, de hecho, de que las actuales comuniones son uno de los platos fuertes de la temporada y que se organizan como “minibodas”, es decir, por todo lo alto, con profusión de convidados y no nimios regalos, hasta el punto de que muchos padres solicitan créditos a los bancos para tales festines, endeudándose durante meses si es preciso, con tal de no quedar por debajo de sus amistades, parientes o colegas, independientemente de la clase social a que pertenezcan y del poder adquisitivo de que dispongan.
Pero no son sólo estas cosas de matrimonios. Algunas amigas jóvenes, todavía con hijos pequeños, me confiesan que viven esclavizadas por los cumpleaños infantiles y que no hay viernes o sábado en que no les caiga uno encima. No sé, cuando yo era niño, el día en que cumplía años uno llevaba caramelos para repartir en clase y luego, tal vez, invitaba a su casa o al cine a tres o cuatro verdaderos amigos. Ahora la costumbre es convidar a la clase entera, y no a merendar o a una película, sino a festicholas con payasos contratados, o magos, o abominables mimos, esto es, con alguna atracción de carne y hueso (si es que los mimos tienen hueso). Asimismo está estipulado que los niños invitados, que antes regalaban al agasajado, reciban a su vez de los padres de éste alguna chuchería, “para no hacer discriminaciones y que todos se lleven su obsequio” (qué mundo ñoño). Y como la clase en pleno es invitada e invita, lo lógico es eso, que no haya fin de semana sin movilización de todo quisque por el cumpleaños de alguien. Si se añaden al panorama las habituales cenas entre matrimonios y similares, y la obligación de corresponder con otra equiparable a cada pareja de anfitriones; y la Nochebuena, los Reyes, el importado Halloween cretinoide, la Pascua y San Juan Crisóstomo, los fines de carrera, las cursilísimas peticiones de mano y las soeces despedidas de soltero o soltera, no hay vez en la que al oír hablar de estos compromisos esclavizadores e interminables a mis conocidos –fuente de rabietas, apuros, agravios, gastos, angustias y endeudamientos–, no me felicite de permanecer soltero y sin vástagos y bastante libre de ese círculo vicioso de mayúsculas horteradas y zarandajas sin cuento.
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